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Nuestras cicatrices nos hacen saber que nuestro pasado fue real

Dicen que cada vez que recordamos algo modificamos el recuerdo, es decir, que al recordar algo lo volvemos a re-crear en nuestra mente, por lo que, aquello que recordamos nunca es igual que lo que realmente vivimos, ya que el solo hecho de recordar algo hace que lo re-editemos una y otra vez. 


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El recuerdo puede actualizarse, deformarse o alterarse, tanto por emociones actuales, como por nueva información o por como lo interpretamos en el momento presente. Esto explica por qué, por ejemplo, con el tiempo los recuerdos van cambiando, o por qué, dos personas, pueden tener recuerdos diferentes de lo mismo vivido.


Y, al final, de tanto recordar algo, aquello vivido va perdiendo contacto con lo realmente vivido, para quedar como una especie de collage de lo sucedido, un conjunto de recortes, en distintos momentos, de distintas percepciones, de distintas emociones e interpretaciones, de eso experimentado.


¿Qué es aquello que nos ancla, de la forma más cercana y pura posible, a la experiencia vivida? Las cicatrices.


Aunque los recuerdos pueden deformarse con el tiempo, las cicatrices funcionan como ancla, como huellas que persisten más allá de cualquier distorsión de la memoria.


Aunque la mente cambie detalles, emociones o narrativas sobre lo que pasó, las consecuencias, las transformaciones y los aprendizajes que esos hechos dejaron en nosotros, son innegables.


Cuando todo lo vivido solo se reduce a un simple recuerdo, que por su propia naturaleza cada vez que lo evocamos va perdiendo veracidad, sobriedad y autenticidad, y se vuelve más lejano, intervenido y reeditado, las cicatrices nos hacen saber que eso vivido, que eso que sentimos, que eso que aprendimos, que eso que atravesamos, fue real.

 

De acá a mediados de mayo, tanto Marte como Venus terminan, por completo, su viaje de retrocesos y avances, y comienza el momento para alquimizar todo aquello vivido.


Dejar ir al recuerdo no significa dejar ir el aprendizaje.

 

Cierro con esta frase de Louis Madeira, que me encanta, que dice:

“Adoro la ambivalencia poética de una cicatriz que tiene dos mensajes: aquí dolió, aquí sanó”

 

Con toda mi dedicación,

Maira Antonela Camerano


 
 
 

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